De lo virtual a
lo real en treinta y siete años
(Enero de 1973 - Junio de 2010)
18 años : despreocupado
Enero de 1973: Tengo dieciocho años y unos
meses. No me preocupo demasiado por mi futuro, que parece trazado: acabo de ingresar
en la Escuela de Maestros de Mérignac, que no me pide grandes esfuerzos, sino
que me concede una beca para estudiar allí.
Despreocupado
y bastante superficial, pienso más que nada en disfrutar de mi nueva libertad:
salir y divertirme. Después de una adolescencia aburrida y solitaria, empiezo a
sentir ganas de ir más lejos, porque casi nunca he salido del suroeste de
Francia. Pero por ahora mis viajes son virtuales. Escucho L'Amérique, de Joe Dassin en el tocadiscos, más que nada para
aprender a bailar el rock y divertirme en las fiestas.
Del
mundo sólo conozco los nombres de los océanos, los contornos de los continentes
y las fronteras de los países en los Atlas, que hojeo todo el tiempo y con los que
sueño durante tantas horas. ¿Destinos improbables y que me tientan a esa edad? África
del Norte y el Sahara, por ejemplo. O Australia... pero especialmente Sudamérica.
Mi
atención en ese tiempo está puesta en esta tierra que termina en forma de punta,
cerca del Polo Sur. Me atraen su lejanía y la idea de que allí está el fin del mundo.
También me atraen los relatos de mi abuelo que, durante el servicio militar se subió
a un barco de vela y vapor. Él siempre me contaba de su paso por el Cabo de
Hornos y de su llegada a Valparaíso, en Chile.
Me
gustan los Atlas. También me atraen los libros de historia y los relatos de viajes.
Un día encontré en la biblioteca de la escuela un libro titulado La edad de los descubrimientos. Lo supe
desde el primer momento: no iba a devolverlo, porque esa obra alimentaba mis
sueños de escapar de Francia. Y así es como Cristóbal Colón terminó
convirtiéndose en uno de mis héroes favoritos.
En enero
de 1973, hojeando un ejemplar de la famosa revista francesa Paris Match, descubro el relato de los
"Náufragos de los Andes". Había oído en la radio hablar sobre esta
historia, pero el título del artículo llama mi atención y no puedo evitar de
hacer analogías. Náufragos: mar, barco... ¡abuelo! Los Andes: Sudamérica... ¡abuelo!
De pronto me veo leyendo absolutamente impresionado. Me pregunto: los Sobrevivientes
tienen más o menos mi edad, ¿cómo me habría comportado si me hubiese enfrentado
a esa situación? Es una pregunta que jamás tuvo respuestas.
Años 80: De paso por la casa de mis suegros
para almorzar, un domingo descubro un libro sobre la mesa. La foto de portada
mostraba el fuselaje de un avión encallado en la nieve, delante del cual aparecían
sentados varios jóvenes. En rojo, sobre un fondo claro, leo el título: Los Sobrevivientes. Observo con
curiosidad el ejemplar y en ese momento mi suegra me dirige la palabra:
—¿Sabes? Es la historia de unos rugbiers uruguayos que
cayeron en la montaña y sobrevivieron. Ya leí el libro. Puedes llevártelo.
—Sí, me recuerda a algo —le
respondo—. Voy a
leerlo. Gracias.
Esa
misma noche comencé su lectura. Me costó cerrarlo antes de que me gane el sueño,
porque pude meterme en una historia que me resultaba inverosímil.
Cuando
terminé de leerlo, dos o tres días después, ya había memorizado la cronología
de los hechos. Además, ya conocía los nombres de los protagonistas. Ya no los iba
a olvidar.
Años 90: He releído el libro varias veces.
Memorizo más detalles y me apodero de la historia cada vez que vuelvo a leerlo.
Y lo más importante: en cada lectura encuentro algo que vuelve a ser motivo de
reflexión y optimismo. No obstante, no quiero saber nada más. No me imagino que
esta historia pueda continuar con sus "héroes involuntarios", no me
pregunto en lo que se han convertido. Es como si todo estuviera congelado en el
pasado.
Un
domingo por la noche la televisión francesa propone Los Supervivientes. ¿Será una película basada en el libro que tanto
me había impactado? La casa está tranquila, y entonces me acomodo frente a la
tele. Efectivamente, solo tardo unos minutos en darme cuenta de que se trata de
una adaptación estadounidense bastante fiel del libro Alive, de Piers Paul Read. Reconozco en imágenes una historia que
ya conocía muy bien y me sumerjo en la pantalla.
Década del 2000: Todo se acelera gracias a
Internet. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? En 2006, después de la enésima
lectura de Los Sobrevivientes, surge
la idea de buscar información en Google. Así logro dar con una página web oficial
dedicada a la historia: viven.com.uy De hecho, descubro en Internet otras páginas
sobre el tema, pero la más completa, la mejor construida y documentada es la
oficial, que está hecha con mucha información generada por un joven argentino
llamado Alexis Scarantino.
Incluso,
descubro a través esa web que podíamos enviarle un mensaje a los Sobrevivientes.
¡Nunca imaginé que eso podía ser posible! Decido entonces escribirle a Roberto
Canessa, uno de los protagonistas, que siempre me había impresionado por su
valentía y sus capacidades de supervivencia en la montaña.
"Querido Roberto: me llamo Armand
y soy francés. Acabo de visitar la página web viven.com.uy. Te escribo porque
he leído tu nombre tantas veces en la prensa, en el libro de Piers Paul Read (que,
por cierto, lo he leído varias veces), y ahora también en la web, que me parece
que te conozco desde hace mucho tiempo. Tenía 18 años en 1972. Me permito
tutearte porque somos de la misma generación. En ese momento la vida me parecía
fácil y yo era una persona despreocupada. Pero he aprendido, como dices, que
"cada uno tiene su propia cordillera". Cuando tengo una inquietud o
un malestar, pienso en ti y en tus compañeros. Lo que les ha pasado en los
Andes y lo que habéis hecho ha sido una lección para toda mi vida. Vuestra
historia me da coraje. Gracias a ustedes creo que con amor, fe y voluntad se
puede resolver cualquier problema. Lamento estar tan lejos, pero te mando un
saludo amistoso desde Francia. ¿Quizás algún día nos encontremos en algún
lugar? Con admiración y respeto, Armand".
Roberto
me responde rápidamente, en francés:
"Cher Armand, merci beaucoup pour ton mail, mon français non e bon mais comme
it un bon ami: je parle un français enthousiaste" (Querido Armand, muchas
gracias por su correo, mi francés no es bueno, pero sólo como dice un buen
amigo: hablo un francés entusiasta. Luego continúa en español: "Este amigo uruguayo vive en París y
está preparando un documental sobre el accidente de los Andes. Nací el 17 de
enero de 1953. Es cierto que somos de la misma época. ¿Tienes alguna conexión
con el mundo del rugby? Te saludo, Roberto Canessa".
Suelo
visitar muy seguido el sitio www.viven.com.uy. En 2007 vi allí una gran noticia:
el documental de Gonzalo Arijón estaba listo. Su título en inglés era Stranded y en español Vengo de un avión que cayó en las montañas.
Tuve suerte: un año después, en 2008, la cadena Arte lo difunde en Francia. Lo
miro y lo grabo en mi videograbadora. Descubro que el documental es una mezcla
de imágenes de archivo y entrevistas exclusivas, con muchos testimonios de los Sobrevivientes.
Ese
mismo año, en el sitio que visito de vez en cuando, aparece un nuevo enlace:
"Ir al blog de Pedro Algorta". Pedro es otro de los dieciséis Sobrevivientes
de los Andes. No sé por qué, pero por él siento más empatía que por el resto de sus
compañeros. Tal vez sea porque me identifico con la actitud que tuvo en la
montaña: yo también suelo participar en determinadas situaciones, pero siempre
mantengo una distancia.
En
ese tiempo, Pedro presentaba su blog en Internet de la siguiente manera: "Tuve un accidente de avión en los
Andes hace 36 años. Recién ahora empiezo a hablar sobre el tema. Arranqué a
caminar. Y estos son mis pensamientos, mientras camino". En efecto, en
el espacio Pedro comentaba su actualidad, conectándola con el pasado. Como sus seguidores
podían escribirle y comentar, me atrevo a hacerlo. En realidad, busqué una
excusa para ponerme en contacto con él. Y le escribo lo mismo que a Roberto,
porque mis pensamientos fueron siempre los mismos:
"Buenos días, Pedro. Me llamo
Armand y soy francés [...] Hace unos días vi el documental Stranded en la
televisión francesa. Cada línea y cada imagen me conmovieron. Pienso en ti y en
tus compañeros cuando tengo un problema. Vuestra historia me da coraje y me
ayuda a resolverlos. Por lo que he leído en varios sitios, eso mismo le ocurre
a muchas personas en todo el mundo. Elegí escribirte porque me gusta el estilo
de tu blog. Lo noto sincero y reflexivo. Lamento mucho estar tan lejos, porque
me gustaría asistir a una conferencia tuya. Si alguna vez tengo esa
oportunidad, sin lugar a dudas ese día será muy importante para mí. A partir de
hoy seguiré leyendo tu blog y te agradezco la ayuda moral que nos brindas. Sinceramente,
Armand".
Para
mi sorpresa, Pedro me responde por correo electrónico, dándome las gracias por
haberle escrito y diciéndome que ha incluido mi comentario en su blog. ¡No lo
puedo creer!
En el
sitio www.viven.com.uy encontré otros enlaces, incluyendo un foro de discusión en
MSN, animado por Alexis Scarantino. Sus miembros formaban parte de un grupo
llamado "Re-Viven!". Todo estaba escrito en español, pero
afortunadamente eso no fue un obstáculo. Leo y leo. Entiendo un poco lo que
está pasando. Entre los participantes hacen preguntas, intercambian
informaciones y fotografías. También se comenta la actualidad de los Sobrevivientes...
¡Sus vidas continúan, me doy cuenta! En ese foro también la gente se interesa
por lo que ellos hacen y por lo que se convirtieron con el correr de los años.
¡No soy el único interesado en el tema, y por más que viva lejos de allí!
Un
día decido entrar al foro y me presento. Entre los miembros más activos hay un
tal Hugo Igenes y un Ariel Osvaldo Torres, ambos argentinos, que noto están
bastante informados (en realidad, Hugo es de nacionalidad uruguaya, pero como
vive en Buenos Aires pienso que es argentino). Les escribo y ambos me
responden. Siento de entrada onda muy especial con estos dos integrantes.
Nuestros
intercambios toman rápidamente un giro personal. En lugar de usar el foro, a
veces nos comunicábamos por correo electrónico. Eso permitió que podamos
conocemos mejor.
Junio 2010: Ariel Torres me informa que va a
venir a Europa de vacaciones. Viene a visitar a un amigo uruguayo que vive en
Barcelona. También va a asistir a un concierto del grupo Kiss en
Vitoria-Gasteiz, en el País Vasco. Ariel es un gran fanático de Kiss y el hard
rock, pero también le encanta el turismo. Antes de su viaje me comenta que
quiere aprovechar la ocasión para visitar Bilbao, y así surge la posibilidad de
vernos.
Me
gusta la idea. Es una ocasión única: Bilbao no está tan lejos de mi ciudad,
conozco bien el País Vasco, las fechas son compatibles... No tardamos demasiado
acordar que nos reuniríamos en Bilbao el fin de semana del 26 y 27 de junio.
El
sábado 26 parto en auto desde mi ciudad hacia el País Vasco. Fue un día después
de la fiesta de fin de curso de mi escuela. La noche anterior me había acostado
tarde, pero esa mañana me sentía dinámico. Por la tarde llego al hotel donde Ariel
se aloja. Estoy impaciente. No estoy preocupado, pero... ¿cómo decirlo? Me
siento un poco como en una primera cita de enamorados. Le pregunto al
recepcionista por mi amigo y me informa que "el señor Torres ha salido a
hacer una compra y no tardará". Decido esperarlo en el vestíbulo. No por
mucho tiempo, porque apenas unos minutos después aparece una silueta
atravesando el umbral de la puerta. Definitivamente es él. Nos abrazamos a la
argentina: con un fuerte apretón. Y los nervios desaparecieron enseguida. Ariel
se muestra amable y atento; pide disculpas por haber salido a comprar pilas
para su cámara fotográfica. Me pregunta si tuve un buen viaje, si estoy cansado, o
si prefiero descansar o ducharme. Pregunta también si quiero comer o beber algo…
¡Pero no! No hay tiempo que perder. Tenemos mucho para hablar. Salimos a
charlar mientras caminábamos por la ciudad. Ariel había asistido al concierto
de Kiss la noche anterior, pero estaba muy animado por conocer Bilbao. Lo guío de un lugar a otro. Vamos al
Museo Guggenheim, al funicular, cruzamos puentes, recorremos calles y plazas.
Mi amigo no deja de repetir: "Me
encanta Bilbao". Por la noche vamos a un restaurante en Getxo a cenar
y beber sidra. Y como dos viejos amigos que no se han visto desde hace mucho
tiempo, hablamos de todo: de los Sobrevivientes y de Re-viven, pero especialmente
hablamos sobre nosotros y de lo que nos gusta. Todo se encadena a la perfección
hasta el domingo, cuando subimos bien temprano a mi auto y recorrimos Getxo,
Gernica, algunos paisajes de la Costa Cantábrica y la bonita ciudad de San
Sebastián.
Ese
domingo 27 de junio para mí era tiempo de volver a casa, porque debía trabajar
en la mañana siguiente. Para Ariel era un día especial: quería llegar a tiempo
a Bilbao para ver un partido de su Selección de fútbol, que estaba disputando
el Mundial de Sudáfrica 2010. Ariel tiene muchas pasiones, pero hay dos que no
compartimos: el rock y el fútbol. ¡Sin embargo nos llevamos muy bien! Para mí, que a veces soy presa de la
duda, aquí tengo un ejemplo que refuerza una teoría: con mis amigos, lo que nos
une es mucho más fuerte que lo que nos separa.
La
separación en la terminal de autobuses de San Sebastián es simple y rápida. Escondo mi emoción, aunque todavía estoy en un estado de
euforia. De camino a casa, mientras conduzco por la carretera que me devuelve a
Francia, recuerdo nuestras conversaciones y sonrío. ¡Tengo un amigo argentino!
¡Hice una conexión con la historia de los Sobrevivientes de los Andes!
Sostengo la punta de un hilo que, a partir de ahora, comenzaré a desenrollar.
Pasé de lo virtual a lo real. Sí. Tomó su tiempo, pero no fue más complicado que eso.
Ariel y yo en las alturas de Bilbao