lunes, 15 de mayo de 2023

IREMOS A VALPARAISO

Iremos a Valparaiso 

Un rincon del Pacifico desde las alturas de Valparaiso



 En Viña del mar descubro -por fin- el Pacífico. Primero a la vuelta de una curva, una medialuna de agua entre cielo y tierra. Impresión fugaz. Hoy lleva bien su nombre: una bahía azul oscuro bajo un cielo claro, un poco de espuma blanca, rocas negras, y pelicanos. El paisaje mas vasto que devoro con los ojos solo es una ínfima parte del océano mas grande del planeta, desproporcionado con la inmensidad sugerida por los planisferios y los globos terráqueos. Solo la línea perfecta del horizonte indica que los barcos tranquilamente amarrados o en maniobra pueden venir de muy lejos o partir para una larga travesía, hacia el oeste, el norte o el sur. Viña del mar, Valparaíso: gemelas. La primera, mas joven, es balnearia, turística. El paseo marítimo es rodeado en un lado de hoteles, restaurantes, edificios modernos, y en el otro de playas delgadas donde alternan arena y rocas. Palmeras. Un aire de “Côte d’Azur” francesa y de California mezcladas. Luego aparece Valparaíso, mítico en su anfiteatro donde las construcciones se amontonan desordenadas. Cubos de madera y lata, conectados por escaleras, calles derechas y en cuesta como en San Francisco, o muy sinuosas. Los famosos ascensores, en realidad pequeños funiculares, y por supuesto cables eléctricos en todas direcciones. Todo eso manchado de una vigorosa vegetación. Vista de abajo, la ciudad parece un cuadro ingenuo. Todo se atropella, se enreda, se superpone: un rompecabezas en construcción. Colores, formas, colecciones de piezas sin conectar. Vista de arriba, las casas caen hacia el puerto donde la vista se va ampliando. Tres grúas inmensas para maniobrar los apilamientos de contenedores, una noria de camiones de remolque listos para cargarlos. Mas lejos, un muelle donde se amarran tres oscuros buques de la Armada, vigilados por el elegante museo naval. Desde una terraza en un alto lugar, las proporciones cambian. El puerto parece una maqueta, los camiones y los barcos son como juguetes. Los colores vivos se realzan mutualmente: los verdes, los rojos, los amarillos. Y la gama de los azules. Nuestro guía Gustavo nos hizo tomar un funicular, solo por diversión: ida y vuelta. Se siente orgulloso de contar a la señora encargada de la taquilla y del funcionamiento que muestra la ciudad a sus amigos franceses. Amable e interesada, como la mayoría de la gente que encontramos, nos expresa su admiración por Francia y Paris y, algo inquieta, nos pregunta cuales son nuestras impresiones de turistas. La tranquilizamos explicándola nuestro entusiasmo. Sorprendida y contenta, resume admirablemente la ciudad con esas tres palabras: “Es feo, pero…”

UNOS DIAS EN URUGUAY

  Unos días en Uruguay   Ir a Uruguay es un poco como volver al pasado. En este pequeño país cuya decoración a menudo anticuada evoca ma...