Reajustarse
Como cada vez, al
tercer día, te sientes mejor. Los hábitos se recuperan rápidamente. Las
medialunas del desayuno, el teclado confuso de la compu pronto se vuelven
familiares.
Reajustarse, también es
volver en un lugar ya conocido sólo para averiguar si es como te lo recuerdas,
para el placer de visitarlo de nuevo.
Decidir por ejemplo de
dar un paseo a lo largo del Rio de la Plata. Evaluar más fácilmente el
recorrido, la distancia.
Pasear por las dársenas de Puerto Madero, cruzar el barrio de los rascacielos. Llegar a la orilla del rio invadido de cañas que una maquina extraña está segando.
Puerto Madero |
La Costanera |
Entrar en la Costanera, la reserva ecológica y, mirando atrás, notar que los edificios de vidrio no se reflejan en el rio, pero parecen darlo la espalda desdeñosamente.
Disfrutar de la
tranquilidad del lugar, de la sombra, del viento ligero.
Aquí Buenos Aires
justifica su nombre.
Regresar y volver a ver
Volver a ver… gente:
Encontrarse casi por azar con Vicky la joven abogada. Almorzar juntos
compartiendo una pizza enorme con Hugo y Ariel que se reúnen con nosotros.
Retomar la conversación como si tres años no hubieran pasado.
Volver a ver… lugares:
Dar un largo paseo por el Centro para llegar a la Plaza de Mayo donde todo
confluye. La Casa Rosada muestra su fachada de opereta, el Cabildo frente a
ella parece reducido. El banco central de la Nación y la Catedral Metropolitana
los aplastan con sus columnas enormes, sus peristilos, sus frontispicios.
un rincon de la Plaza de Mayo |
el balcon de la Casa Rosada |
Seguir hasta San Telmo
para pasar por el Casco Antiguo. Sin el mercado de los domingos el barrio es
menos colorido, parece más deteriorado. No quedarse. Volver por la Avenida Colón
bordeando el puerto para buscar una calma relativa, o sea ver y oír el tráfico
un poco más allá.
Notar que los
colectivos abigarrados, dispares, muy numerosos corren sin frenar, que los
autos tocan la bocina, que los peatones, apurándose, cruzan las calles
extremadamente anchas, como impulsados en un tango que de repente acelera con
semicorcheas.
Otros paseos urbanos
Caminar por las veredas en Buenos Aires: eso es como constantemente prestar atención a una sucesión de obstáculos. Losas desunidas, zanjas mal llenadas, pozos de visita tapados o sin tapa, diferencias de nivel y por la noche montones de bolsas de basura destripadas porque manipuladas por los cartoneros que trabajan según una organización bien establecida.
Mas formalmente, unos
equipos de obreros también trabajan, cavando aquí, rellenando allá, en
cualquier hora: en 9 de Julio, una obra se pone en marcha a las nueve de la
noche.
Pero los Porteños pasan
sin darse cuenta de nada, sin parecer incomodos. Tampoco lo son por el ruido
infernal del tráfico, ni por el jaleo de la gente en las terrazas de los bares.
Aquí no se toma un aperitivo como en Francia, con o sin tapas, pero se reúne
para picar, es decir comer cualquier cosa bebiendo cervezas, refrescos, o a
veces vino. Especialmente los ejecutivos, vestidos de una camisa blanca o de
tono claro, a menudo con una corbata y un pantalón oscuro cayendo sobre los
zapatos impecables, atraviesan imperturbablemente este entorno, llevando sus
carteras.
Recorrer las calles peatonales:
Florida la principal o Lavalle por ejemplo, puede ser muy pesado. Cada diez
metros, te detiene una persona de pie, inmóvil delante de un escaparate,
repitiendo sin cesar y como un autómata: “cambio, cambio, cambio”. O de manera más
personal, cantando en dos notas: “Dólares, euros, reales, ¡cambio!” Se trata de comprar pesos argentinos debajo
de la mesa. De hecho, así la tasa es mucho mas interesante que con el curso
oficial. Si contestas al ojeador, te lleva en un lugar discreto donde el
negocio se pasa sin problema.
Otros, armados con
carteles, detectan a los turistas para proponerles un espectáculo (¡Tango
Show!) o una excursión. (Tigre…) Intentan hablar inglés, u otro idioma, a veces
equivocándose. Un día, como llevo una camiseta marcada con la inscripción “Sao
Paulo”, uno cree que soy brasileño y me habla portugués. ¡Me hubiera gustado
ser forrado de dinero, como el personaje de la opereta de Offenbach “La Vie
Parisienne!”