Pampa argentina, noviembre de 2014
A sesenta kilómetros de
la capital federal, incursión en la Argentina profunda.
Juan Manuel y Ximena
nos invitaron a pasar un domingo con ellos en el campo.
A las siete y media de
la mañana, Ariel viene a recogernos a nuestro hotel. Su sentido del orgullo
nacional, de hospitalidad y de amistad hacen que nos cuide para que nos
sintamos siempre cómodos, es decir bien y en seguridad. Lo hace perfectamente.
Vamos a tomar un
autobús en la estación Once. No muy nuevo, no muy limpio. Viajamos con
representantes de la clase media y de la clase baja, mezclados. Poco a poco
dejamos la metrópolis para entrar lentamente en el campo. La parada indicada
como punto de encuentro está junto a la autopista, en un área de descanso donde
se hallan una estación de servicio y un Mc Donald’s. El aire de un decorado de
película estadounidense como en Bagdad Café.
Estoy observando las
actividades del lugar: Vendedores de asientos de jardín, de toallas de playa,
de juguetes hinchables han instalado su negocio en el borde de la rotonda. Le
consulto a Ariel quien me explica: es para los de la ciudad que vienen como
nosotros pasar el día en el campo. En cuanto a la legalidad: “Es prohibido,
pero…”
Unos autos, algunos en un
estado asombroso de deterioro, vienen abastecerse en gasolina. Un Renault 12 (¡modelo
francés de los años 70!) tiene una rueda delantera inclinada como los carros de
la Conquista del Oeste. Funciona a baja velocidad escupiendo un humo opaco.
Juan Manuel viene a
buscarnos con su Fiat nuevo. Primero vamos a ver la zona de acampada donde
Ariel venia cuando era niño pasar los domingos con sus padres. Hoy abandonada,
parece un terreno baldío. Pero se ha convertido en parque infantil, con zona de
picnic y rincón para pescar. Lo que explica el comercio de artículos de playa.
Luego atravesamos el
pueblo de Rio Lujan Campana. La mayoría de las construcciones parece hecha con
medios locales: unas paredes enlucidas, otras de ladrillo. Ninguna parece
completamente terminada. No mas que las calles (con o sin asfalto, con o sin
veredas.) Muchas tiendas como antes se encontraban en Francia. Y por todos lados:
restos de autos, cables eléctricos en desorden, una impresión de “ni hecho, ni
sin hacer.”
Llegamos a lo de Juan
Manuel en un barrio del pueblo. Nos encontramos con su esposa Ximena y
conocemos a su hija, la pequeña Oli (Olivia) nacida poco tiempo después de
nuestra primera visita. Son contentos de mostrarnos su casa. Juan Manuel explica:
“Un bungalow como en los Estados Unidos” pero pintado en azul nacional.
Luego nos amontonamos
los seis en el Fiat. Un poco apretados (es prohibido, pero…) Se trata de
participar en una fiesta rural en una estancia que acoge a turistas los fines
de semana.
En efecto, al mismo
tiempo que nosotros, llegan familias, grupos, y un autobús lleno de miembros de
un club de la tercera edad. El programa comprende: bienvenida con un desayuno,
visita de las instalaciones, paseo a caballo, folclore gauchesco, cantos y
bailes durante el almuerzo que consiste en un asado gigante.
El asado argentino es
una verdadera institución. Debajo de un quiosco cubierto de chapa cuecen
lentamente el surtido de carnes que serán compartidas: morcilla, salchicha,
pollo, bife…A veces se añade queso (provoleta) que se derrite en cazuelas. Es
la piedra de tropiezo de la reunión. Aquí sobre el tema de un domingo en el
campo para gente en busca de verde y espacio, pero con un suplemento de alma
argentina que va hacer surgir emoción. De hecho, la jornada va traer unos
momentos conmovedores.
Pretendo cuidar la parilla |
Primera sorpresa: Antes
de sentarse a la mesa, el dueño, ex combatiente de las Malvinas, organiza una
ceremonia de saludo a la bandera. Desfile, discurso, aclamaciones, canto: “El
himno a la bandera”. Nada de fanático, pero un orgullo patriótico que se manifiesta
con gusto en este homenaje. Una hermandad nacional real que no resulta
encontrar mucho en Francia, a pesar de ser parte del lema nacional.
Luego la comida se
sirve en mesas largas: empanadas, morcillas, salchichas, carne muy rica colocadas
sobre pequeñas parillas portátiles para cuatro. Cantidades enormes, con un poco
de lechuga como caución dietética y un helado como postre. Gaseosas, y por una
vez vino tinto.
Vamos a digerir en el
césped donde nos ponemos cómodos en sillones de jardín, alrededor de una
pequeña mesa. Como por magia aparece la termo de agua caliente. Ximena prepara
el maté que circulara de mano en mano. Las ideas también se intercambian.
Estamos bien, descansamos, disfrutamos de la amistad compartida. Un momento de
tiempo suspendido en una burbuja de espacio. Unos de nuestros comensales siguen
divirtiéndose bajo la carpa. Músicas, palabras nos llegan ensordecidas. Pero
somos sacados de nuestro medio sueño por el sorteo de la lotería, el servicio
de la merienda.
"Vamos a digerir con un mate" |
Como la tarde se
extiende, tenemos derecho a una segunda sorpresa, esta vez propuesta por la
dueña. Nos invita a agruparnos cerca de la entrada de la estancia donde se
erige una capilla dedicada a San Expedito. Frente a un publico atento y
recogido, improvisa un discurso hagiográfico y termine con un Ave María
dedicado a todos los que están aquí, sus familias, sus seres queridos, sin
olvidar “nuestra patria querida.” Decididamente…
Decididamente esta
nación de inmigrantes tiene dificultades para situarse en la mundialización.
Para mí, la geografía y la historia son las razones principales para explicar
esta sensación de aislamiento y complejo de inferioridad. Ariel me dice: “Somos
el culo del mundo.”
Así que el pueblo se
reúne en torno a temas federativos: el asado, la religión católica, y el fútbol.
Unidos por las cintas albicelestes de la bandera.
Para terminar el día,
Ximena nos ha dado una ultima sorpresa. Voluntaria en una asociación
humanitaria, está en contacto con una pareja de agricultores que acoja en su
explotación exconvictos recién liberados. Quiere que los conozcamos.
Al final de una pista,
un corral sombreado. Dos casas de tipo prefabricado: una para los dueños, una
para los residentes. Ya no realmente terminadas: ¡Si estamos en Argentina! Una
piscina incongruente en proceso de llenado (se acerca el verano) en la que
juegan los niños.
Un revoltijo de
herramientas, de todo y de nada… Un gallinero abarrotado, una granja donde
viven un centenar de “chanchos”, cerdas con sus lechones, una huerta… Damos la
vuelta a las instalaciones con los dueños que nos explican como trabajan.
Anacronismos.
A la ultima hora de la
tarde, volver al siglo XXI recogiendo el autobús para la capital. Despedirse de
la familia Gonzalez, luego de Ariel que nos acompaña hasta nuestro hotel, con
su atención habitual.
No pensar demasiado que
es un adiós a largo plazo para evitar caer en la emoción que nace tan
fácilmente en este país del fin del mundo.
Entrar solos en el
hotel, la cabeza llena de recuerdos frescos que el tiempo transformara en
comida congelada. Alguna vez, sacarlos y meterlos en el microondas para
probarlos de nuevo.
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