jueves, 16 de febrero de 2023

UN DOMINGO EN EL CAMPO

 Pampa argentina, noviembre de 2014


 

A sesenta kilómetros de la capital federal, incursión en la Argentina profunda.

Juan Manuel y Ximena nos invitaron a pasar un domingo con ellos en el campo.

A las siete y media de la mañana, Ariel viene a recogernos a nuestro hotel. Su sentido del orgullo nacional, de hospitalidad y de amistad hacen que nos cuide para que nos sintamos siempre cómodos, es decir bien y en seguridad. Lo hace perfectamente.

Vamos a tomar un autobús en la estación Once. No muy nuevo, no muy limpio. Viajamos con representantes de la clase media y de la clase baja, mezclados. Poco a poco dejamos la metrópolis para entrar lentamente en el campo. La parada indicada como punto de encuentro está junto a la autopista, en un área de descanso donde se hallan una estación de servicio y un Mc Donald’s. El aire de un decorado de película estadounidense como en Bagdad Café.

Estoy observando las actividades del lugar: Vendedores de asientos de jardín, de toallas de playa, de juguetes hinchables han instalado su negocio en el borde de la rotonda. Le consulto a Ariel quien me explica: es para los de la ciudad que vienen como nosotros pasar el día en el campo. En cuanto a la legalidad: “Es prohibido, pero…”

Unos autos, algunos en un estado asombroso de deterioro, vienen abastecerse en gasolina. Un Renault 12 (¡modelo francés de los años 70!) tiene una rueda delantera inclinada como los carros de la Conquista del Oeste. Funciona a baja velocidad escupiendo un humo opaco.

Juan Manuel viene a buscarnos con su Fiat nuevo. Primero vamos a ver la zona de acampada donde Ariel venia cuando era niño pasar los domingos con sus padres. Hoy abandonada, parece un terreno baldío. Pero se ha convertido en parque infantil, con zona de picnic y rincón para pescar. Lo que explica el comercio de artículos de playa.

Luego atravesamos el pueblo de Rio Lujan Campana. La mayoría de las construcciones parece hecha con medios locales: unas paredes enlucidas, otras de ladrillo. Ninguna parece completamente terminada. No mas que las calles (con o sin asfalto, con o sin veredas.) Muchas tiendas como antes se encontraban en Francia. Y por todos lados: restos de autos, cables eléctricos en desorden, una impresión de “ni hecho, ni sin hacer.”

Llegamos a lo de Juan Manuel en un barrio del pueblo. Nos encontramos con su esposa Ximena y conocemos a su hija, la pequeña Oli (Olivia) nacida poco tiempo después de nuestra primera visita. Son contentos de mostrarnos su casa. Juan Manuel explica: “Un bungalow como en los Estados Unidos” pero pintado en azul nacional.

Luego nos amontonamos los seis en el Fiat. Un poco apretados (es prohibido, pero…) Se trata de participar en una fiesta rural en una estancia que acoge a turistas los fines de semana.

En efecto, al mismo tiempo que nosotros, llegan familias, grupos, y un autobús lleno de miembros de un club de la tercera edad. El programa comprende: bienvenida con un desayuno, visita de las instalaciones, paseo a caballo, folclore gauchesco, cantos y bailes durante el almuerzo que consiste en un asado gigante.

El asado argentino es una verdadera institución. Debajo de un quiosco cubierto de chapa cuecen lentamente el surtido de carnes que serán compartidas: morcilla, salchicha, pollo, bife…A veces se añade queso (provoleta) que se derrite en cazuelas. Es la piedra de tropiezo de la reunión. Aquí sobre el tema de un domingo en el campo para gente en busca de verde y espacio, pero con un suplemento de alma argentina que va hacer surgir emoción. De hecho, la jornada va traer unos momentos conmovedores.

Pretendo cuidar la parilla



Primera sorpresa: Antes de sentarse a la mesa, el dueño, ex combatiente de las Malvinas, organiza una ceremonia de saludo a la bandera. Desfile, discurso, aclamaciones, canto: “El himno a la bandera”. Nada de fanático, pero un orgullo patriótico que se manifiesta con gusto en este homenaje. Una hermandad nacional real que no resulta encontrar mucho en Francia, a pesar de ser parte del lema nacional.

Luego la comida se sirve en mesas largas: empanadas, morcillas, salchichas, carne muy rica colocadas sobre pequeñas parillas portátiles para cuatro. Cantidades enormes, con un poco de lechuga como caución dietética y un helado como postre. Gaseosas, y por una vez vino tinto.



Vamos a digerir en el césped donde nos ponemos cómodos en sillones de jardín, alrededor de una pequeña mesa. Como por magia aparece la termo de agua caliente. Ximena prepara el maté que circulara de mano en mano. Las ideas también se intercambian. Estamos bien, descansamos, disfrutamos de la amistad compartida. Un momento de tiempo suspendido en una burbuja de espacio. Unos de nuestros comensales siguen divirtiéndose bajo la carpa. Músicas, palabras nos llegan ensordecidas. Pero somos sacados de nuestro medio sueño por el sorteo de la lotería, el servicio de la merienda.


"Vamos a digerir con un mate"


Como la tarde se extiende, tenemos derecho a una segunda sorpresa, esta vez propuesta por la dueña. Nos invita a agruparnos cerca de la entrada de la estancia donde se erige una capilla dedicada a San Expedito. Frente a un publico atento y recogido, improvisa un discurso hagiográfico y termine con un Ave María dedicado a todos los que están aquí, sus familias, sus seres queridos, sin olvidar “nuestra patria querida.” Decididamente…

Decididamente esta nación de inmigrantes tiene dificultades para situarse en la mundialización. Para mí, la geografía y la historia son las razones principales para explicar esta sensación de aislamiento y complejo de inferioridad. Ariel me dice: “Somos el culo del mundo.”

Así que el pueblo se reúne en torno a temas federativos: el asado, la religión católica, y el fútbol. Unidos por las cintas albicelestes de la bandera.

Para terminar el día, Ximena nos ha dado una ultima sorpresa. Voluntaria en una asociación humanitaria, está en contacto con una pareja de agricultores que acoja en su explotación exconvictos recién liberados. Quiere que los conozcamos.

Al final de una pista, un corral sombreado. Dos casas de tipo prefabricado: una para los dueños, una para los residentes. Ya no realmente terminadas: ¡Si estamos en Argentina! Una piscina incongruente en proceso de llenado (se acerca el verano) en la que juegan los niños.

Un revoltijo de herramientas, de todo y de nada… Un gallinero abarrotado, una granja donde viven un centenar de “chanchos”, cerdas con sus lechones, una huerta… Damos la vuelta a las instalaciones con los dueños que nos explican como trabajan. Anacronismos.

A la ultima hora de la tarde, volver al siglo XXI recogiendo el autobús para la capital. Despedirse de la familia Gonzalez, luego de Ariel que nos acompaña hasta nuestro hotel, con su atención habitual.

No pensar demasiado que es un adiós a largo plazo para evitar caer en la emoción que nace tan fácilmente en este país del fin del mundo.

Entrar solos en el hotel, la cabeza llena de recuerdos frescos que el tiempo transformara en comida congelada. Alguna vez, sacarlos y meterlos en el microondas para probarlos de nuevo.

 

 


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