Realizar excursiones
Rolland es francés y vive en Salta donde pasea a turistas en su 4X4. Lo elegimos como guía, solo para nosotros por dos días. Nos preparó un “tour” en las provincias de Salta y Jujuy, en los confines de Bolivia. Palabras como selva, puna, quebrada, salar… se harán tangibles.
En el camino: paradas, visitas… Descubrimos, nos extasiamos. Los paisajes son grandiosos, con bellas panorámicas, detalles interesantes.
Hay que saber observar,
formular hipótesis, movilizar sus conocimientos para interpretar: un enfoque
aprendido y enseñado en la escuela pero aquí adoptado deliberadamente :
detenerse en lo nuevo, en lo que sorprende o divierte, sin priorizar el interés
de las esferas de conocimiento, pasar de la botánica a la economía, luego a la
geología…
¡No viajar tonto!
Salta… ¿la linda?
Salta, el calificativo
que te dimos ya no es actualidad.
Prima hermana
provincial de Buenos Aires, pareces una mujer que se deja llevar, como en la
canción de Charles Aznavour.
Queremos decirte
nuestra decepción, nuestro desamor.
Despeinada (tus cables
eléctricos por todas partes), mal maquillada (tus fachadas desmoronadas),
descalza (tus calles y veredas desniveladas), la cara triste (tus Indios pobres
que son la resignación personificada), descuidada (tu basura sin recoger), ¿en
que te has convertido?
Pero sin embargo tienes
hermosos vestigios. Mantienes en buen estado tu catedral y tus iglesias
coloridas. Tu plaza mayor es alegre y animada, ella es tu bella sonrisa.
Y sobre todo, has vivido:
Puedes contar historias de cuando eras linda con tus museos peculiares : tu
Cabildo colonial y tus momias conmovedoras.
Salta, ya no eres “la
linda”, pero resulta evidente que lo fuiste. No te dejaremos sin
arrepentimientos.
Salta... con o sin colores |
El NOA
Las provincias de Salta
y Jujuy forman parte del NOA: noroeste argentino. Un mundillo en este país
inmenso donde la leche blanca de Europa se mezcla poco con el chocolate de América
precolombina.
Acá, al contrario del
resto del país, los habitantes bajaron mas de las montañas que de los barcos.
Son de tamaño promedio o pequeño, la piel como de latón, el cabello oscuro, la
nariz arqueada, los ojos alargados, con una sonrisa enigmática o una mirada melancólica,
vestidos con mucha ropa para soportar el frio o el sol.
Los indígenas o mestizos
habitan los pueblos a casas de adobe. Parecen vivir de la nada, o casi, como
sus antepasados. Discretos, callados, hablan poco. Un poco salvajes, ¿Qué
temerán?
Los que viven de su
artesanía esperan con dignidad que queramos comprarles algo. Los mas
desfavorecidos solo cuentan con la piedad: Mendigos o a lo mejor limpiabotas, o
vendedores de baratijas. No me siento muy cómodo con ellos. ¿Y recíprocamente,
que opinan de los gringos? Su apatía, su resignación quizás solo son aparentes
porque es difícil vivir en las gigantes montañas de una belleza salvaje.
Un recorrido de 500 kilómetros
ofrece un buen ejemplo de su entorno: selvas subtropicales, quebradas de
colores increíbles, con sus laderas erosionadas, erizadas de cactus, abras a
mas de 4000 metros de altura donde sopla un viento helado, puna salpicada de
vegetación rasa que pastan las vicuñas, y como gran final salares con aspecto
lunar.salina grande
País casi desértico,
pero poblado, como lo demuestran de vez en cuando las aldeas humildes, sin
embargo dotadas de una iglesia de muñecas recién pintada, y de unos lugares de
vida social : escuela, albergue, tiendas de otros tiempos.
Si Tilcara, donde la
mayoría de las calles quedan sin asfalto, parece un pueblo que vive gracias al
turismo, al contrario, San Antonio de los Cobres da la impresión de una ciudad
fantasma.
Mas sorprendente, lejos
de toda aglomeración, un cementerio aislado, un grupo de casas de techo plano,
coronadas por una celda solar proporcionada por el Gobierno. En estos cubos con
pocas ventanillas viven campesinos dedicándose a la ganadería de burros, de
vacas, de caballos, de llamas que deambulan. El agua es escasa, pero existe ya
que permite esta vida agropecuaria asombrosa.
La calma y el silencio
son un poco opresivos. Pero volvemos a Salta por la Ruta 40 que, por tramos,
solo es una pista de pequeñas rocas que prácticamente se confunde con el cauce
del Rio Toro. Y cuando surgen las afueras de la ciudad, volvemos a ver los
carteles y los cables eléctricos desordenados, y lamentamos dejar detrás de
nosotros las inmensas extensiones que vigilan los cóndores.
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